Te
he tenido que dejar ir, sin más remedio. Mientras hablas, fumo el último cigarrillo del paquete. Y más que escuchar la
cantidad insana de tópicos que has articulado (no eres tú, soy yo;
te quiero, pero...), yo solo pienso en qué bar habrá abierto para
poder comprar tabaco a las doce de la noche.
Podría haber suplicado, podría haberte dicho lo mucho que te necesitaba, lo largas y oscuras que iban a ser las noches, lo tediosas que serían las horas. Pero esa estrategia está ya desgastada.
Podría haber suplicado, podría haberte dicho lo mucho que te necesitaba, lo largas y oscuras que iban a ser las noches, lo tediosas que serían las horas. Pero esa estrategia está ya desgastada.
"Si
quieres algo déjalo ir". ¡Es la noche de los tópicos,
señores! Pero, para la buena verdad, ese ha sido el único motivo
que ha conseguido mantener de una pieza lo poco que queda de mi
dignidad. Por eso; no he llorado, ni me he arrodillado, ni he pedido
perdón por tus errores. Y lo habría hecho de nuevo; pero, esta vez, prefiero que te vayas mientras mi corazón se encoje al
ritmo del cigarrillo, casi consumido, que tenerte a mi lado por cualquier otro motivo que no sea que te
quieres quedar y punto, sin más, sin condiciones, sin peros.
Te doy las gracias por no quedarte. Sé que cuando me
canse de echarte de menos respiraré mejor, lloraré menos y con
menos frecuencia, sonreiré más y escribiré más. Te estás yendo,
pero no sabes cuánto te lo agradezco. Se acabó. Mientras apago el
cigarrillo, y tu sigues hablando y hablando, me doy cuenta de que soy
una perdedora, pero una perdedora con fortuna. Coges tus maletas y te vas definitivamente: en
ellas llevas una de las mejores partes de mí, pero también te llevas las noches en
vela que no pasaré, los quebraderos de cabeza que no padeceré, las
lagrimas que no derramaré. Cierras la puerta y el telón de nuestra
historia, que había acabado hacía ya muchas penas.
Me quedo sentada, mirando la puerta cerrada. Me levanto: creo que iré a comprar tabaco.