lunes, 14 de diciembre de 2015

GRACIAS.

Te he tenido que dejar ir, sin más remedio. Mientras hablas, fumo el último cigarrillo del paquete. Y más que escuchar la cantidad insana de tópicos que has articulado (no eres tú, soy yo; te quiero, pero...), yo solo pienso en qué bar habrá abierto para poder comprar tabaco a las doce de la noche.
Podría haber suplicado, podría haberte dicho lo mucho que te necesitaba, lo largas y oscuras que iban a ser las noches, lo tediosas que serían las horas. Pero esa estrategia está ya desgastada.
"Si quieres algo déjalo ir". ¡Es la noche de los tópicos, señores! Pero, para la buena verdad, ese ha sido el único motivo que ha conseguido mantener de una pieza lo poco que queda de mi dignidad. Por eso; no he llorado, ni me he arrodillado, ni he pedido perdón por tus errores. Y lo habría hecho de nuevo; pero, esta vez, prefiero que te vayas mientras mi corazón se encoje al ritmo del cigarrillo, casi consumido, que tenerte a mi lado por cualquier otro motivo que no sea que te quieres quedar y punto, sin más, sin condiciones, sin peros.
Te doy las gracias por no quedarte. Sé que cuando me canse de echarte de menos respiraré mejor, lloraré menos y con menos frecuencia, sonreiré más y escribiré más. Te estás yendo, pero no sabes cuánto te lo agradezco. Se acabó. Mientras apago el cigarrillo, y tu sigues hablando y hablando, me doy cuenta de que soy una perdedora, pero una perdedora con fortuna. Coges tus maletas y te vas definitivamente: en ellas llevas una de las mejores partes de mí, pero también te llevas las noches en vela que no pasaré, los quebraderos de cabeza que no padeceré, las lagrimas que no derramaré. Cierras la puerta y el telón de nuestra historia, que había acabado hacía ya muchas penas.
Me quedo sentada, mirando la puerta cerrada. Me levanto: creo que iré a comprar tabaco.

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